9.27.2010

Venciendo el espíritu de Saúl.



(1 Samuel 18:6-9; 1 Samuel 20:25-33)

Saúl fue el primer rey de Israel, según la Biblia era un tipazo, valeroso, diestro guerrero, con cuerpo de luchador y cara de modelo, pues no había en todo el país alguien más hermoso que él, de los hombros para arriba sobrepasaba a todo el mundo. Pero este hombre terminó su vida trágicamente, metiendo la pata cada vez peor y muriendo en batalla junto con sus tres hijos después de haber cometido el pecado de consultar una espiritista. Pero antes que la espada lo atravesara, había algo que ya lo estaba matando hacía muchos años: la mezcla de los celos y la envidia. Sí, Saúl se llenó de ira contra su sucesor David por no haber controlado su espíritu celoso y envidioso. Y ese espíritu hoy en día se está metiendo sigilosamente en la vida de muchos líderes, desde los grandes hasta los pequeños. Mas en aras de sacar una buena lección para combatir ese espíritu de Saúl, imaginemos el siguiente diálogo entre él y David mucho antes de ir a la adivina:

“Mi querido David, yo sé que muchas veces te he pedido perdón por quererte matar y he llorado amargamente de ver que soy tan malo contigo y en cambio tú eres tan respetuoso y bondadoso conmigo. Pero ese sentimiento me ha durado muy poco y después te he seguido persiguiendo con todo mi ejército. Mira, hoy, delante de todos, quiero desnudar mi corazón y confesarte que te tengo envidia y celos. Sí David, tú no sabes lo que significa para mí como rey y como padre saber que Dios en lugar de escoger a mi hijo Jonatán como mi sucesor te haya escogido a ti, un humilde campesino de Belén. Uno quiere aprovechar su influencia y poder para dejar bien instalados a sus hijos, con buenos cargos y buen sueldo. Pero mira, justo llegas tú, con tu carita bonita de yo no fui, con una simpatía bárbara entre la gente, con una habilidad maravillosa para la guerra, aunque no uses las armas tradicionales, con una creatividad y una habilidad increíbles para componer e interpretar salmos y con una entrega única a Dios. Y para rematar me respetas y amas a mi hijo como si fuera tu hermano. No, David, esto es demasiado, da rabia ver a un chico como tú con tanta proyección y con el favor de Dios. Pero mira, como estás bajo mi autoridad y no tienes ni mi posición ni mi salario, hoy renuncio a los celos y a la envidia y en lugar de atacarte, te voy a promocionar”.

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Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.

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