10.19.2010

Isaac y Rebeca, dos tortolitos

(Génesis 26:6-13; Proverbios 5:18-19)

Las caricias y demostraciones de afecto entre los cónyuges no tienen edad de jubilación, por el contrario, con el pasar de los años dichas manifestaciones deben ser procuradas para mantener vivo el amor y el romance dentro de la pareja. Los esposos que se saben prodigar caricias y palabras tiernas, aunque estén ancianos, no sólo se reafirman el uno en el otro emocionalmente, sino que nutren la relación, fortalecen la sana convivencia, son más saludables y dan un bonito ejemplo a hijos y nietos sobre el amor matrimonial.

La Biblia en el libro de Génesis nos muestra un cuadro enternecedor que refleja muy bien la manera como se llevaban Isaac y Rebeca, dos esposos mayores que estaban en una tierra extranjera sobreviviendo a un tiempo de economía escasa. Al llegar a la región de Gerar, Isaac, el hijo de Abraham, al notar que Rebeca, la dama que tiene como esposa, era una preciosa mujer, le pide que por favor diga que es su hermana y no su esposa, pues él calcula que en esas tierras donde no hay temor de Dios cualquiera podría matarlo sólo para robarle a su amada. El plan parece marchar bien, además su papá Abraham también lo había ejecutado de manera igual. Pero sucede que Isaac es de esos esposos que mima a su princesa, que la acaricia, que le dice cosas lindas al oído, y a la vez, uno de aquellos que se siente complacido cuando su esposa le pasa su suave, pequeña y delicada mano por el rostro, por el cabello, le habla a un centímetro de su boca y le da tiernos besos. Y aconteció que en uno de esos días en que los dos estaban como tortolitos en un lugar donde se supone que no iban a ser detectados por algún paparazzi, el rey Abimelec, asomándose por la ventana, vio la escena y se sorprendió. ¡Ajá! Dizque hermanos, estos dos son pareja y se aman de verdad, concluyó el monarca. Razón por la cual mandó a llamar a Isaac y lo confrontó. Isaac entonces no tuvo más remedio que decir la verdad y confesar que temía que la gente del lugar al ver ese pastelito que tenía como esposa, intentara matarlo y quitársela. Pero la situación fue aprovechada por Dios para resolverla de manera muy favorable para Isaac y Rebeca. Seguro que a partir de ese día, aunque fueran mayores, ya podían andar abrazaditos.

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Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.

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