7.13.2010

Oye a tu padre y no desprecies a tu madre

(Proverbios 1: 8-9)

Cuando el sabio Salomón escribe en su libro de Proverbios que un hijo debe seguir la instrucción de su padre y la dirección de su madre lo está diciendo dentro de un contexto judío en el cual el papá y la mamá no son unos delincuentes que abusan de sus hijos, sino dos seres de bien que están interesados auténticamente en el bienestar de sus descendientes y que están cumpliendo con el papel de educadores y guías espirituales dentro del hogar. La ley de Moisés había enfatizado el hecho de que la instrucción temprana se debía dar en la casa, no endosársela ni a la iglesia, ni a la escuela, ni al gobierno.

Es por ello que el papá y la mamá no sólo preparaban a sus hijos para un oficio determinado en la vida, sino que le enseñaban todo lo concerniente a las leyes de Dios exigiéndoles que fuesen capaces de recitar “La Torá” (los libros de la ley) de memoria tal y como hoy en día un jovencito canta el himno de su país. Por eso no debe extrañarnos que a los 12 años, como un típico chico de su edad, Jesús ya fuese capaz de hablar sobre la ley con los doctores en teología en Jerusalén, sin haber pasado por una escuela rabínica. Aunque por supuesto Él rebasaba en inteligencia a sus amigos, pues no sólo preguntaba, sino que respondía a preguntas difíciles y asombraba por ello. En contraste con la manera de pensar que recomienda el sabio Salomón a los hijos con respecto a los padres, un conocido chiste dice que los jóvenes evolucionan así: A los 8 años, mis padres son unos genios. A los 15 años, mis padres no me comprenden. A los 20 años, mis padres son unos anticuados. A los 30 años, mis padres a veces tienen razón. A los 40 años, mis padres tienen mucha experiencia. A los 50 años, mis padres siempre tenían razón. A los 60 años, lástima que mis viejos ya no estén, eran unos genios. No reaccionemos demasiado tarde, aprendamos a conversar con los padres, a oír sus consejos, a escuchar atentamente de sus experiencias, a beber de su sabiduría y a no despreciarlos u ofenderlos con gestos o frases hirientes, aunque no compartamos algunos de sus criterios. Es una lástima que algunos hijos por haber alcanzado mayores logros académicos o financieros que sus progenitores, se sientan superiores a ellos.

Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.

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